¡Hola!
Aquí va una nueva historia de Navidad:
La señora de las galletas
A veces se perdía entre la gente, a veces quedaba cansada por las largas caminatas. Nada la detenía. La señora vendía por todos lados sus galletas de miel, jengibre y canela para endulzar las fiestas a otros. Estaban decoradas de las formas más lindas y delicadas, y cada día llegaba tarde a casa para volver a prepararlas y repetir la rutina incansable en el centro de la ciudad, todo para llevar el pan a su hogar.
Pero no todos los días son iguales, aunque a veces parece que pasan muy rápido. Un día, cuando la mujer abordó la micro para llegar al centro, el vehículo aceleró antes de tiempo y ella no logró apoyar bien el talón, perdió el equilibrio y las bolsas con galletas que llevaba dentro de una caja cayeron directo al suelo. Una por una las vio bajarse de la micro como si fueran unos apurados pasajeros.
En la micro no había nadie más que ella y el conductor, que recién iniciaba su recorrido e iba hablando por celular, por lo que casi ni notó que alguien se había subido. La señora ya había pagado así que buscó un asiento en el medio tratando de olvidar el amargo momento.
En una fracción de segundos, el conductor observó a través del retrovisor que una mujer estaba llorando un poco más atrás. “No, no, no”, se dijo a sí mismo, y frenó de golpe al ver de lejos una caja y unos plásticos brillando sobre el asfalto.
Sólo había avanzado una cuadra, pero eso ya bastaba para ir a buscar las galletas olvidadas. El hombre se compadeció de la señora y trató de ayudarla, corrió raudamente y recogió todas las bolsas, sólo que algunas de las galletas estaban quebradas y con la decoración despegada.
Iba a llevárselas a la señora tal cual, pues el tiempo apremiaba, pero su corazón le dijo que no. En esa cuadra había un hogar de personas mayores, y pensó que no habría mejor regalo para ellos.
Al regresar a la micro, la señora observó las manos vacías del conductor y quedó sorprendida. Entonces él le preguntó cuánto valía cada paquete de galletas. “Estaban exquisitas”, dijo el hombre que se había dejado una en la mano. Ella se sonrojó, y no pudo evitar darle un sincero abrazo.
Estaba agradecida. Ese día podría descansar.
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Un abrazo navideño,
Feliza
Cuentos de Navidad publicados:
#1 La segunda Navidad del señor Scrooge
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#8 En espera de su pequeño Capitán
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