#4 La inesperada confesión del trono real
Una taza de baño se rebela justo en el día de Navidad.
¡Hola! Aquí va el cuarto cuento de Navidad:
La inesperada confesión del trono real
En el gran castillo de los reyes Buenolfato sólo había un baño. Por supuesto que los reyes no tenían uno, porque quién les dijo que lo necesitaban. Según ellos, la reina, el rey y la pequeña princesa no hacían nada que oliera mal, por eso sólo comían menta, semillas y mucha lavanda, y su piel y cabello eran de color morado.
De las trescientas habitaciones que existían en todo el castillo, sólo una era un baño.
Su inauguración fue todo un hito. La calle principal se llenó de cánticos y danzas. Y nadie celebró más que la gente del pueblo, que estaban aburridos de pedirle permiso a las hadas para hacer sus necesidades entre los árboles y arbustos del pestilente bosque. Ya nadie quería entrar allí, ni los perros cazadores, que tenían unas narices privilegiadas y no querían pasar malos ratos.
El retrete real era de madera, y tenía un mecanismo de salida tipo tobogán que permitía que la caca saliera volando fuera del castillo hasta un lugar llamado no sé dónde, porque estaba conectado a un acantilado y nadie podía ver más allá de las rocas, que curiosamente estaban teñidas de color café.
El baño era reclamado por todo el mundo a todas horas, y después de un año y medio de uso, inesperadamente, la taza decidió cerrarse a sí misma para pedir un pequeño descanso y exigir una profunda higienización. ¡El problema era que justo era el día de Navidad! Todo el reino se escandalizó ante su protesta. ¿Dónde podrían hacer lo suyo? ¿Acaso tendrían que regresar a los bosques?
Nadie se atrevió a pensarlo siquiera, pero lo que ellos no sabían era que la taza se sentía muy triste, porque nadie cuidaba de ella, ni siquiera durante las fiestas.
Entonces la pequeña princesa decidió ir a hablar con el wáter. Sus padres querían impedirlo, porque jamás se inmiscuían en las cosas del baño real, pero ella estaba decidida a cambiar la situación. Con cuidado llevó unos paños y líquidos limpiadores de lavanda que ella misma había fabricado, y con voz amable le dijo a la taza de baño: “La Navidad es la fiesta más importante del año, no puede faltar este lugar, prometo limpiarte de ahora en adelante”.
El inodoro se sintió feliz de recibir un toque de limpieza y cariño de parte de la princesa, y quedó más brillante que nunca, tanto que hasta sus padres querían conocer el baño real. De inmediato la pequeña Buenolfato se dispuso a adornar el retrete con ropa con bordados navideños; también dejó múltiples toallas y rollos de papel con olor a pan de pascua, colocó unas cintas rojas y doradas alrededor del espejo, y una gran corona en la puerta de entrada hecha con pino y ramas de canela para ayudar con el olor. ¡Era la primera vez que alguien lo decoraba para las fiestas!
La taza de baño se emocionó hasta las lágrimas, y ahora hasta sus lágrimas olían bien. Entonces la princesa anunció a todo el mundo la reapertura del baño, y antes de que cualquiera entrara allí, los reyes dieron su tradicional saludo de Navidad, visitaron el baño y aceptaron ante todos que ellos también podían evacuar “wátzels” (como ellos llamaban a la caca). La confesión dejó al pueblo entre risas, porque ya todos lo sabían, pues siempre los veían entrar y salir del jardín real con apuro.
Más tarde, los reyes finalizaron su discurso comprometiéndose a mantener el aseo junto a su hija, porque el baño era un tesoro para todo el reino.
Esa misma noche, los reyes Buenolfato lo usaron por primera vez, y quedaron tan encantados que nunca olvidaron aquella Navidad, esa en la que confesaron su verdad y después se quedaron a limpiar.
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Un abrazo navideño,
Feliza