#5 El tesoro del señor Bew
Uno de mis personajes favoritos de "Las contadoras de estrellas" encuentra algo insólito entre sus chatarras acumuladas.
¡Hola!
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Aquí va el quinto cuento de Navidad:
El tesoro del señor Bew
El señor Bew era un hombre mayor que tenía la costumbre de acumular cosas de épocas pasadas. Algo gruñón, un poco mecánico al hablar, pero de buen corazón. Un hombre del 2045 que recordaba tiempos pretéritos con añoranza. Él jamás había celebrado la Navidad ni entendía muy bien lo que significaba. Su familia jamás la festejó, sus amigos tampoco, así que cuando a inicios de diciembre se encontró de casualidad con una cosa circular, verde y aplastada en el fondo de un cerro de cajas, ruedas y latas, se preguntó qué era, y la miró con detención.
Aquella cosa tenía la forma de un extraño disco de ramas de plástico y estaba decorado con brillantes de colores y otras cosas. Algo que nunca había visto porque hacía décadas que no revisaba el rincón más profundo de su querida sala.
“Tal vez se trata de un viejo y peculiar ornamento, un tesoro escondido”, pensó y luego investigó al respecto consultando a sus robots de confianza, pero ninguno pudo distinguir lo que eso era y menos lo que significaba. Con cuidado desenredó algunos hilos y descubrió unas luces diminutas y doce pequeñas esferas de colores que habían sobrevivido el paso de los años.
Lleno de curiosidad, el señor Bew levantó el centro del círculo y descubrió por fin su magia. Era una especie de adorno cónico muy alto. “Parece un árbol plegable, qué cosa más interesante”. En seguida, lo enchufó a la corriente y un despliegue de luces le iluminó el rostro al tiempo que arribaron tres niñas de la comunidad subterránea en la que habitaba.
La felicidad del señor Bew era contagiosa. No entendía por qué, pero aquel árbol luminoso le hacía sonreír, y a las niñas también. Ellas sí conocían los árboles de navidad, sólo que no sabían por qué alguien había dejado esa maravilla entre las chatarras del señor Bew. Las niñas traían algo para él y se lo dejaron en sus manos. “Todavía no es Navidad, pero esto es para usted”, le dijo una de ellas con calidez, pues hace poco tiempo él les había ayudado en una misión especial y estaban agradecidas.
El señor Bew abrió el paquete y descubrió una estrella, una enorme estrella de cuatro puntas que desde ese día adornaría la cima del pino y que no se apagaría jamás. O al menos hasta unos meses más.
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Este relato está inspirado en uno de mis personajes preferidos de mi novela, “Las contadoras de estrellas”. El señor Bew tiene su encanto y valía la pena hacerle un pequeño regalo después de tanto tiempo. Si quieres leer u obsequiar este libro, lo puedes encontrar aquí.
Un abrazo navideño,
Feliza